Mi abuela materna se llamaba Margarita, nació en 1895 en Zárate, ciudad en la que vivió toda su vida. Desde muy pequeña trabajó debido a que su familia era muy pobre. Su principal oficio fue el de lavandera y planchadora. No había máquinas como ahora, así que lavaba a mano con el cáustico jabón blanco, luego le pasaba el azul blanqueador y finalmente el almidón, para planchar. La plancha era calentada con brazas de carbón. Su marido Roque era un inmigrante italiano y trabajaba de mozo en la balsa que cruzaba vehículos a la isla, enfrente a nuestra ciudad.
Vivió siempre en casas alquiladas, así que conocía varias partes de la ciudad con precisión. Pero por haber trabajado durante mucho tiempo en casas de familia, era muy conocida por la gente vieja de la ciudad, y por consiguiente, por sus familias y descendientes. La abuela era muy popular en el barrio céntrico donde vivió por mucho tiempo. Pero su popularidad creció a las nubes cuando fue contratada para trabajar como portera en la Escuela 3.
Hace 50 años atrás, hasta donde yo se, la figura de la Portera de una escuela pública era muy importante. Era el apoyo logístico de las maestras y directoras, Abría la escuela, limpiaba las aulas, desinfectaba el baño, llevaba los registros y otras documentaciones a las docentes o a la directora, preparaba el té a las maestras para el recreo, hacía mandados y vigilaba la puerta y la vereda cuando los chicos salían o entraban a clase. Era parte indivisible del plantel docente, aunque ella no lo era. Si algún alumno recibía un reto de la portera, era lo mismo que lo hubiese recibido de la directora. Así de fuerte era el rol de la Abuela como portera.
A mi me correspondía, por zona, asistir a una escuela de mi barrio, pero mi mamá hizo un pedido especial (No se a quien) y me anotó en la escuela Nro. 3, donde trabajaba su madre, es decir mi abuela Margarita, bastante lejos de mi casa. Tenía que tomar un colectivo todos los días para asistir.
Mi abuela, como todas las mañanas, estaba en la vereda, esperando que lleguen los niños y por supuesto, su nieto Carlos. Todo el mundo conocía a mi abuela, personas importantes de nuestra ciudad hicieron el ciclo primario en la escuela 3 y mi abuela decía orgullosa, cuando escuchaba hablar de alguno de ellos: “Ese fue mi alumno”
Se jubiló a los 73 años después de haber trabajado 21 años como portera. Le entregaron una medalla de oro y asistió a los festejos cuando su escuela cumplió 100 años siendo felicitada por el Director General de Escuelas de la Provincia que visitó Zárate en esa oportunidad.
Era imposible caminar con ella sin detenerse por el centro de la ciudad, porque siempre encontraba alguna persona conocida, a quien saludaba o quien la detenía para saludarla e intercambiar alguna palabra.
Médicos, abogados, empresarios y comerciantes famosos de Zárate, conocían a mi abuela, porque ellos fueron “sus alumnos” y Doña Margarita fue parte de sus vidas por varios años. Y luego que se fueron de la escuela, seguían visitándola y haciéndoles regalos.
Toda una vida de servicio a los demás hacen que el recuerdo de Doña Margarita, como todos la llamaban, deje una honda huella en mi ser.
Puedo decir que cierto orgullo y satisfacción se apoderan de mi, cuando alguien la menciona y yo interrumpo diciendo: “Ella era mi abuela”
Hoy veo con tristeza cómo la sociedad ha dejado de valorar a las personas y su trayectoria. El valor que se le asigna a alguien pasa por su dinero, su poder o su fama, pero poco por lo que la persona es o representa para sus semejantes
Difícilmente hoy una trabajadora abnegada como la abuela, dispuesta a dar todo y algo más por sus semejantes, sea reconocida. Más bien son noticias los delincuentes, los estafadores y los criminales en general. Ellos tienen mucha prensa, pero el buen ejemplo de los abnegados, no figura en los titulares.
Lamento vivir en una sociedad así, por eso escribo estas líneas, haciendo un homenaje a la abuela, y a través de ella a todas las personas que silenciosamente, cada día, se esfuerzan por cumplir honradamente su tarea, sirviendo al prójimo y cumpliendo el segundo y gran mandamiento que el Señor Jesucristo nos dejó cuando dijo que amáramos a nuestros semejantes como a nosotros mismos.
Pero el supremo ejemplo de amor y entrega lo tengo en mi maestro, El Señor Jesús, quien anduvo en este mundo como un sencillo y anónimo hijo de obreros, pero que impactó en la sociedad en que vivió por sus obras, por su conducta, pero principalmente, por lo que El era y representaba: La encarnación de Dios, viviendo entre los hombres, para comunicarnos al verdad divina y así guiarnos al arrepentimiento y a la búsqueda sincera de Dios. De él nos extraviamos desde que nacimos y necesitamos su guía para volver a encontrarnos con El, a través de Jesucristo.
Gracia a Dios, mi abuela lo conoció espiritualmente y su presencia en su corazón se hizo notar por al amor y la dedicación puesta en el servicio a sus semejantes.
Gracias a Dios por mi abuela Margarita y por su vida ejemplar para mi y para todos los que la conocieron.
Dios nos ayude para poder tener este espíritu de amor y sacrificio e imitar los pasos de Cristo
“Acuérdense de sus guías, que les comunicaron la palabra de Dios. Consideren cuál fue el resultado de su estilo de vida, e imiten su fe.” Hebreos 13.7
1 comentario:
Que lindas palabras!
Dios te bendiga Carlos
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