Luz inamovible


Cierta noche, en medio de un mar agitado y un cielo cubierto sin estrellas, una flota de buques de combate localiza la luz de un guardacostas canadiense que permanecía fija en el rumbo de la flota. La conversación que sigue, aproximadamente fue así de real:
El comandante de la flota, a bordo del portaaviones emite un mensaje por radio al guardacostas canadiense:
Americanos: -Habla el capitán Robert Tomphson, por favor, cambien su curso 15 grados al norte a fin de evitar colisión.
Canadienses: -Aquí el cabo de la marina John Benson, recomiendo que usted cambie su curso 15 grados al sur a fin de evitar la colisión.
Americanos: -Repito que habla el capitán Robert Tomphson, comandante de un buque de la armada de EE.UU, Repito: cambien su curso.

Canadienses: -Repito, aquí el cabo de marina John Benson, ustedes deben cambiar su curso.
Americanos: -Este es el portaaviones Abraham Lincoln, el segundo buque en tamaño de los Estados Unidos de América en el Atlántico. Nos acompañan tres destructores, tres cruceros y numerosos buques de apoyo. Por mi jerarquía y responsabilidad en esta operación, demando que usted cambie su curso 15 grados al norte, o tomaremos medidas para garantizar la seguridad de este buque.
Canadienses: Señor, usted es Capitán y Comandante de su buque y yo solo un cabo de la marina, pero este es un faro. Usted decida.

Solemos comportarnos como el comandante. Hay cosas inamovibles en la vida, cosas que no cambian ni van a cambiar. Hoy, nuestra sociedad ha relativizado pautas de vida que por años fueron inamovibles. No porque nadie había pensado en cambiarlas, sino que cambiarlas implicaría destruir el concepto de su existencia y anularía su razón de ser.
Mover un faro sería extraño, porque el faro está en ese lugar para indicar la entrada a la bahía. El buque debe moverse, porque es un vehiculo de traslado.
La reglas morales, no deben moverse, porque regulan la vida tranquila y equilibrada de las personas, por ejemplo, evita que nos destruyamos por invadir nuestras libertades.
“Si lo ciudadanos practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia”, dijo Sócrates hace 24 siglos.
La familia no debe cambiarse. Es la célula de la sociedad y donde el ser humano recibe la contención que necesita como ser dependiente de afecto y amor. La falta de ese afecto familiar genera un sinnúmero de heridas y enfermedades en el alma de las personas.
La conciencia de alguien superior no debe desaparecer. Tenemos esa conciencia porque fuimos creados para relacionarnos con Dios. Cuando esa conciencia se cauteriza, dice la Biblia que el ser humano termina haciendo cualquier desastre.
Muchas cosas invariables, que proceden de Dios, el ser humano ha querido mover y el resultado ha sido en prejuicio de él mismo y de sus descendientes.
Por eso es necesario, en este mundo tan desorientado, volver a posicionarnos y darnos cuenta que hay cosas que no debemos mover, porque son la guía para nuestra vida, hitos que Dios colocó para que nos vaya bien y lleguemos a buen puerto
Muchos “iluminados” antes y después de nosotros intentan mover las pautas divinas de vida para el hombre y cambiarlas por la suyas propias. Sin embargo, a corto o largo plazo, su consecuencia será triste e irá en detrimento de la calidad de vida y destino de las personas.
Hoy te invito a mirar al faro, es decir a Dios y sus principios de vida establecidos en su santo Libro, La Biblia y a considerar nuestra frágil embarcación, la corta y voluble vida que Dios nos concedió y reconozcamos que necesitamos su luz para no extraviarnos, porque si ella, naufragamos.
Dios te ilumine para comprender las amorosas palabras del Señor Jesucristo:
“—Ustedes van a tener la luz sólo un poco más de tiempo —les dijo Jesús—. Caminen mientras tienen la luz, antes de que los envuelvan las tinieblas. El que camina en las tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tienen la luz, crean en ella, para que sean hijos de la luz. Cuando terminó de hablar, Jesús se fue y se escondió de ellos.
A pesar de haber hecho Jesús todas estas señales en presencia de ellos, todavía no creían en él. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías:
«Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje,
y a quién se le ha revelado el poder del Señor?»
Por eso no podían creer, pues también había dicho Isaías:
«Les ha cegado los ojos
y endurecido el corazón,
para que no vean con los ojos,
ni entiendan con el corazón
ni se conviertan; y yo los sane.»
Esto lo dijo Isaías porque vio la gloria de Jesús y habló de él.
Sin embargo, muchos de ellos, incluso de entre los jefes, creyeron en él, pero no lo confesaban porque temían que los fariseos los expulsaran de la sinagoga. Preferían recibir honores de los hombres más que de parte de Dios.
«El que cree en mí —clamó Jesús con voz fuerte—, cree no sólo en mí sino en el que me envió. Y el que me ve a mí, ve al que me envió. Yo soy la luz que ha venido al mundo, para que todo el que crea en mí no viva en tinieblas.
(Jesús en Juan 12.35-46)
Jesús muriendo en la cruz es el hito más importante de la historia, con la que Dios mostró su amor insondable para salvarnos de un eterno naufragio, si solo reconocemos que Él es la roca inamovible y nosotros pobres criaturas necesitadas de la salvación divina.

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