Aunque parezcan todas iguales, las lágrimas de nuestros ojos no lo son. De acuerdo a la situación, los lagrimales generan líquidos de distinta composición. De manera que existen tres tipos: las basales, las reflejas y las psíquicas o emocionales.
Cuando "nos llora el ojo", las glándulas producen lágrimas basales para evitar que los glóbulos oculares se sequen y así los mantienen lubricados. Si "se nos mete algo" en el ojo (como polvo, champú o el jugo de las cebollas), las lágrimas serán reflejas y actuarán defendiendo al ojo de esa agresión. Por último, lloramos lágrimas psíquicas como respuesta a emociones fuertes como la tristeza, el dolor, la rabia o incluso la alegría.
Podemos coincidir que en muchas situaciones especiales de la vida, luego de haber descargado nuestra angustia a través del llanto, solemos sentirnos mejor. Esto no es una impresión generalizada de la sociedad, tiene una base científica: las lágrimas emocionales contienen un analgésico natural, la leucina encefalina. Tal vez por eso la abuela o mamá nos han dicho en más de una oportunidad: “Llora si tenés ganas, no lo reprimas.”
Las lágrimas resbalando por las mejillas hacen disminuir el nivel de angustia. Lentamente la persona se relaja, se calma, reduce su carga emocional y aumenta la lucidez para trabajar desde una parte más racional en el escenario que le toca estar. Se logra que esas emociones intensas se hagan más pequeñas y manejables.
Un famoso personaje de la Biblia, David, antes de ser proclamado rey de Israel, pasó varios meses huyendo y escondiéndose de Saúl su enemigo político. Muchas noches, en pleno descanso, tenía que salir corriendo de donde estaba para salvar su vida y la de sus seguidores. Esta situación le generaba gran angustia ya que era víctima de la envidia de su contrincante y no tenia cargos que lo transformaran en delincuente. Saúl había prometido quitarle la vida y muchas veces estuvo a punto de hacerlo.
En el Salmo 56, en la Biblia, hay una expresión muy conmovedora y a la vez intrigante que David expresa :
Ten compasión de mí, oh Dios,
pues hay gente que me persigue.
Todo el día me atacan mis opresores,
todo el día me persiguen mis adversarios;
son muchos los arrogantes que me atacan.
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza.
Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en Dios y no siento miedo.
Conspiran, se mantienen al acecho;
ansiosos por quitarme la vida,
vigilan todo lo que hago.
Mis huidas tú has contado;
Pon mis lágrimas en tu redoma;
¿No están ellas en tu libro?
David sabía que era una víctima de la maldad humana y que Dios conocía su angustia y dolor por ello. Sabía que Dios veía cómo tenía que vivir escondido y huyendo. Entonces le pidió a Dios que contabilizara su llanto por esa situación desesperante de una manera muy particular para nosotros, pero tal vez doméstica para Él.
Solían guardarse en los funerales judíos una pequeña vasijita llamada redoma, con las lágrimas de los deudos. Esto se hacía para dejarlas luego en el féretro y expresar de manera simbólica el dolor de los presentes por la perdida.
En un sentido, David toma esa figura y en un acto de confianza en Dios y afirmando su fe en él, declara que Dios guardaba cada una de las lágrimas que él derramaba en esas oscuras noches de dolor. Esa redoma divina sería el recordatorio de su sufrimiento para que Dios actuara defendiéndolo.
Me consuela pensar que Dios tiene una redoma para guardar mis lágrimas también. Cada lágrima de dolor que derramo, él la guarda para acordarse de mi y defenderme de las injusticias de este mundo. A veces mi redoma se llena de lágrimas antes que Dios intervenga, pero nunca dejó de cuidarme, siempre lo hace, lo hizo y lo hará...
Durante meses David huyo de una muerte segura amparado por el Dios Todopoderoso que contaba cada una de sus lágrimas... y ese mismo Dios es el que cuenta cada una de las mías también.
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