A principios del siglo XX, la mayor parte de la península balcánica (Hoy territorio de Albania, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Grecia, Montenegro, Rumanía, Serbia y Turquía) estaba dominada por los imperios turco y austro-húngaro. En ella chocaban distintos intereses y confluían odios e insatisfacciones. Los serbios querían construir un Estado yugoslavo que reuniera a todos los eslavos de la región y por eso debían apropiarse de territorios que dominaban los imperios austro-húngaro y turco. El imperio ruso quería extender sus dominios hasta el Mediterráneo. Para lograrlo, prometió su ayuda a los serbios. Alemania, Francia e Inglaterra intentaban conquistar la zona ocupada por el imperio turco para dominar zonas estratégicas esenciales para comunicar el Mediterráneo y Asia central. Una crisis en la región provocaría el estallido de una guerra generalizada.
Mientras tanto, el 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Femando, heredero del trono de Austria-Hungría y su esposa visitaban Sarajevo, Serbia. Allí los esperaban secretamente un grupo de jóvenes nacionalistas eslavos, que tramaban el asesinato del mandatario como parte de su plan de liberación. Efectivamente, cuando éste recorría las calles de Sarajevo, le arrojaron una bomba que no explotó certeramente y el grupo se dispersó para no ser atrapado. Entre ellos estaba Gavrilo Princip, que todavía no había cumplido 20 años y que se agazapó en una esquina para ver como seguía todo. Pero de repente, se encontró frente al cortejo imperial por un error en el recorrido que la comitiva debía realizar para evitar a los insurrectos. Asi que no dudó en ejecutar con una pistola que portaba a Francisco Fernando y a su esposa que viajaban en un carruaje descubierto. Luego del atentado, fue apresado y juzgado.
Austria-Hungría quiso aprovechar el atentado para aniquilar a Serbia y le declaró la guerra. Rusia respondió movilizando sus tropas en defensa de los serbios. Inmediatamente el sistema de alianzas —la Triple Entente y la Triple Alianza— se puso en funcionamiento. El 5 de agosto de 1914 comenzaba la Primera Guerra Mundial.
Cuando Princip tuvo que declarar ante el tribunal, por el doble asesinato, dijo que disparó con los ojos cerrados. Fue un débil argumento de defensa. Cuando los abrió, la primera guerra mundial había comenzado. Él quería la independencia de su país, pero lo logró a un altísimo costo.
El conflicto se llevó la vida de casi diez millones de personas. El serbio liquidó en Sarajevo no sólo al heredero del imperio austrohúngaro, sino también a la generación de los nacidos a mediados del siglo XIX.
Esta historia me hace pensar en la postura humana de hacer las cosas sin pensar en sus consecuencias o tratar de soslayarlas con débiles argumentos. Los ojos cerrados atinaban a realizar el acto criminal, pero sin querer hacerse cargo del mismo. Sus ojos no querían ver el daño que ocasionaría, pero sus manos estaban listas para hacerlo. Tanto los ojos como las manos eran mandados por la misma voluntad, tanto de él, como de nosotros. Por eso es imposible evitar la responsabilidad que nos cabe a cada uno cuando realizamos acciones, cualquiera seas sus motivaciones.
Un procurador romano, Poncio Pilato, dieciocho siglos antes que Gavrilo Princip, intentó lo mismo. Frente a si, tenía al llamado “Rey de los Judios”, Jesús de Nazaret. Sentía la presión del pueblo a quien obsecuentemente escuchaba y tenia la evidencia de la inocencia del reo. Entonces sus manos, las que momentos antes habían firmado la sentencia de muerte de Jesús, son lavadas en el acto simbólico de desembarazarse de esa decisión
Muchas personas hoy dia toman la misma postura del serbio y del procurador romano: Comenten malos actos y quieren soslayarlos con excusas baratas… el mal ya fue hecho y detrás de él vienen las consecuencias, aunque el autor del mal diga que no fue su intención…
Hoy como ayer, la voz de la Biblia nos ayuda a razonar frente a esta trampa mental que nos lleva a evadir la responsabilidad que conllevan nuestros hechos. En ella encontramos personajes que mostraron esta clara posición:
Adán hablando con Dios, luego de comer del fruto prohibido:
—La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí.
Génesis 3
El SEÑOR le preguntó a Caín: (Luego de haber matado a su hermano)
—¿Dónde está tu hermano Abel?
—No lo sé —respondió—. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?
Génesis 4
Necesitamos más que nunca ser gobernados y controlados por la conciencia divina que nos ayudará a no cometer malas acciones y peor que eso, intentar justificarlas con argumentos infantiles
La oración del salmo 139 nos ayuda en este aspecto:
Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón;
ponme a prueba y sondea mis pensamientos.
Fíjate si voy por mal camino,
y guíame por el camino eterno.
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