Juegos Olímpicos


La historia de las competencias deportivas masivas, se remonta varios siglos atrás, donde los principales ejemplos los encontramos en la antigua Grecia.
En sus principales ciudades, tales como Corinto, Delfos o Argólida, se organizaban eventos atléticos en honor de los dioses, sin embargo, los más importantes eran los que se celebraban en honor del dios Zeus en la ciudad sagrada de Olimpia, (una pequeña población en la parte noroeste de la península del Peloponeso, a unos 300 kilómetros de Atenas) cada cuatro años durante el verano.
Así, los Juegos Olímpicos nacieron en el 776 a.C., y eran el marco de competencias en las que participaban atletas de todas partes de Grecia y en las cuales siempre reinaba la paz, pues aunque existiera guerra en el momento que se efectuaban los juegos, se imponía una tregua entre los contendientes para no interferir en la realización de la olimpiada.
En sus primeros años, comenzó siendo una carrera pedestre en las inmediaciones de la ciudad. Pero con el paso del tiempo, se añadieron más disciplinas, como las carreras de distancia, la lucha y el pentatlón (en éste se combinaban el salto de longitud, el lanzamiento de jabalina y disco, así como carreras de velocidad y lucha).
Personas de todos los rincones del territorio griego asistían a ver las competencias, y se instalaban en tiendas de campaña en los alrededores de Olimpia y la ciudad vecina Élide. Entre los espectadores siempre podía contarse a políticos y autoridades de alto rango que aprovechaban la ocasión para concertar alianzas entre las ciudades, o comerciantes que vendían de todo, también a artistas y poetas que participaban en los festejos nocturnos o actuaban en los espacios públicos; así como a espectadores comunes que llenaban el estadio para ver las competencias.
Los últimos juegos olímpicos de la antigüedad, se realizó en el año 394 de la era Cristiana. Luego fueron prohibidos por el emperador romano Teodosio I, por considerarlos un espectáculo pagano. Así, la antorcha olímpica estuvo apagada durante muchos años.

No obstante, en 1896 y gracias al esfuerzo de un idealista francés, Pierre Frédy, Barón de Coubertin y un grupo de soñadores, una vez más los juegos olímpicos serían celebrados nuevamente.

Por lo tanto, cuando se escribió el Nuevo testamento, entre los años 50 y 100 dC. , en el ámbito del Imperio Romano, los juegos olímpicos estaban en la cabeza y conocimiento de todos sus habitantes, era un evento popular.
El apóstol Pablo escribió una vez a los habitantes de Corinto, una ciudad de Grecia cerca de Olympia, allí donde nacieron los juegos masivos y públicos. En esa carta él escribió lo siguiente:

1Corintios 9:23-27
¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.

Seguramente, Pablo y algunos de los creyentes de aquella ciudad fueron a las Olimpiadas en alguna oportunidad y usaron lo que vieron para enseñarles algo a los cristianos de Corinto y a nosotros también. Al igual que esos atletas que van tras una medalla de oro, nosotros estamos en una competencia tras un premio eterno, una carrera por la causa de Cristo. A partir de este pasaje de la Biblia, les comento algunos temas para un competidor en esta carrera en la vida espiritual:

Correr para ganar.
Todo atleta está determinado a obtener la medalla de oro, por tanto procura estar enfocado en esa meta, y no se permite cosas que puedan hacerle perder tiempo o concentración, o fuerza física o emocional. Cada paso que da lo hace para cumplir el propósito de obtener el premio. Y así deberíamos hacer nosotros, y seguir otro sabio consejo de Pablo, “aunque todo nos es lícito, no todo nos conviene”; así que deberíamos dejar algunas cosas por conveniencia, para procurar que cada paso que demos sea para obtener la victoria.

No Dar Golpes Al Aire.
En box o la lucha, recibir golpes en la región blanda (el costado debajo de las costillas, donde se encuentra el hígado) hace que pierdas fuerzas y no rindas toda la pelea, pero hay otra forma de perder fuerza y esa es soltar golpes que no conecten con el contrincante, sino que se pierdan en el aire. Esos golpes no sólo pueden cansarte, sino hasta lastimarte o provocar que quedes mal parado y el contrincante conecte un buen golpe. Debemos pensar y planear bien las cosas antes de hacerlas, sentarnos a ver las posibilidades, y no actuar locamente y mucho menos sin haber orado al Señor; porque pueden resultar “golpes al aire” que nos desanimen al no obtener los resultados esperados.

El trofeo es eterno

Pablo fue un hombre que luchó toda su vida por mantener sus ideales cristianos basados en
una firme fe y confianza en su Salvador y Señor, Jesucristo. Al final de su carrera el escribió:

2 Timoteo 2.5-7
…el atleta no recibe la corona de vencedor si no compite según el reglamento…reflexiona en lo que te digo, y el Señor te dará una mayor comprensión de todo esto.

2 Timoteo 4:6-8.
He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida.

Disciplinar el Cuerpo.
Un deportista debe mantener una dieta rigurosa (no comer chatarra) y un entrenamiento constante (horas y horas de ejercicio). Si seguimos al Señor debemos alimentarnos con Su Palabra, y pasar tiempo en oración, conectados con él.

Si estás caminando la carrera cristina, o estás empezando a hacerlo o tal vez, te interesa comenzarla, quiero decirte que no hay nada más apasionante que dar tu vida por lograr una meta y un propósito tan sublime como lo es correr y esforzarte por cosas eternas, las que pertenecen a Dios y las que nunca, nada ni nadie podrán quietarte si ya son tuyas.
Buscá a Dios y corré la carrera hacia la meta divina.

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