Muchas veces me pregunté por qué Dios hizo al hombre, si sabía de antemano que su criatura iba a ser rebelde, que iba a causarle “dolores de cabeza”, que iba a poner “patas para arriba” al mundo perfecto que Él creó para que lo disfrutemos.
La respuesta me la dio mi madre cuando un día, ya de adulto, conversaba con ella sobre su primer embarazo, cuando perdió a su primer beba al padecer un ataque de eclampsia en el momento del parto. Luego de unos años con mi padre decidieron tenerme a mi, esta vez con muchas precauciones por el trauma vivido en el primer parto. .Solía bromear con mi madre, diciéndoles que gastaron tanto en prevención para mi parto y finalmente, no cubrí sus expectativas…
Recordábamos hechos de mi infancia, no muy gratos: cuando me había ido con mis amigos a jugar a una obra en construcción abandonada y volví todo embarrado y con la ropa manchada y arruinada por el juego.
También recordábamos cuando incendié un campo vecino a mi casa con un cohete navideño… y cuando me peleaba con mi primo en ocasiones que mi tía venia a visitarnos. Nos golpeábamos fuerte y mi tía tenía que volverse a su casa disgustada por el hecho.
Entonces le dije a mi madre: En todas esa y muchas ocasiones más, cuando te hacía poner los pelos de punta, vos me castigabas según la gravedad del hecho… pero nunca faltaba tu cuidado, el darme ropas limpias y planchadas, nunca me faltó el alimento, a pesar de mi comportamiento malo y negligente. Después de eso, volvía tu dulzura y yo sentía tu amor que no correspondía a mis actos. Mi madre respondió: Fue en esos momentos, los de tus rebeldías, debilidades y miserias, cuando podía demostrarte cabalmente mi amor y vos disfrutarlo más todavía.
No hay ocasión más precisa para demostrar el amor que cuando este se da sin medida y sin buscar compensación, continuó - Las madres sabemos mucho de esto por haber criado niños y haberlos asistido frente a sus travesuras, con firmeza, pero con amor.
A fin concluyo que fue más grande la alegría de mamá en traerme al mundo, criarme, verme como me desarrollaba, y convertirme en un hombre de bien, que todos los males que le causé en la vida. Sintió que valía la pena sufrir mis travesuras y maldades, para finalmente reconocer su amor incondicional Sabía que iba a ensuciar el pañal recién cambiado, sabía que rompería el pantalón nuevo, imaginaba que iba a rechazar la comida nutritiva por golosinas, sabía que iba a hacer todo eso y sin embargo me amó hasta el último día de su vida, invariablemente, me amó
Ahí comprendí el amor que Dios extiende a cada ser humano a pesar de sus maldades. Y ahí comprendí también por qué, sabiendo de nuestra incapacidad para hacer el bien, igualmente nos creó.
Así veo a Dios. Él sabía que iba a desobedecer, que iba a darle la espalda, que iba a malgastar todo lo que puso a mi disposición para que lo use sabiamente, y sin embargo, me amó y dio a Jesús para que muriera en lugar mío, pagando la deuda que yo debía purgar por mi maldad.
Ahí comprendí más profundamente su amor, porque nunca merecí recibirlo, pero igual me amó, invariablemente, me amó.
Dios nos dio a las madres para que vislumbráramos, a través de ellas, algo de su profundo amor. Ese amor solo espera ser correspondido con un corazón que se abre para que tenga él un lugar dónde habitar y poder disfrutar juntos de esa comunión que planeó cuando nos creó y nos dio vida
Jesús dijo en Juan cap. 16 :
La mujer que está por dar a luz siente dolores porque ha llegado su momento, pero cuando nace la criatura, se olvida de su angustia por la alegría de haber traído al mundo un nuevo ser.
Dice San Pablo en la carta a los romanos, cap. 5
A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado, Cristo murió por los malos… Dios muestra su amor por nosotros en esto:
En que cuando éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
Feliz día, madres y dichosos los que disfrutamos de su invariable amor, tan parecido al amor que Dios ofrece al que se acerca a él por fe
Un afectuoso saludo a todas las madres que integran esta lista de Ancla del Alma. Mi sincero reconocimiento a la silenciosa labor que realizan cada día, dando lo mejor por sus niños, regalos de Dios.
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