Ignaz Semmelweis: Una Historia Heroica
A mediados del siglo XIX, aun no se conocían los principios científico-epidemiológicos de la transmisión de las enfermedades infectocontagiosas. Por lo que se producían verdaderas epidemias de infecciones en los hospitales de la época, como era el caso de la Fiebre Puerperal en el Hospital General de Viena. Allí ejercía como Asistente de Obstetricia de la Sala 1 (Jefe Dr. Klein) desde 1846, un joven médico húngaro, de origen judío llamado Ignaz F. Semmelweis, quien desde su época de estudiante con los doctores C. Rokitansky (Prof. Anatomía Patológica), J. Skoda (Prof. Clínica Médica) y F. Von Hebra (Prof. Dermatología) había observado la alarmante mortalidad materna debido a la Fiebre Puerperal, la que oscilaba en alrededor del 40% de las parturientas.
Semmelweiss observó que la incidencia de Fiebre Puerperal era más alta en la Sala 1 (Dr. Klein) donde atendían los médicos y estudiantes de medicina, que la reportada en la Sala 2 (Dr. Barcht) donde se atendían los partos predominantemente por parte de las comadronas de la maternidad. Luego de un estudio epidemiológico por observación descubrió que la mortalidad por fiebre puerperal era del 18% en la Sala 1, en contra del 3% en la sala 2, por lo que de esta manera se propuso investigar este fenómeno. Propuso varias hipótesis basadas en la diferencia del estado social, la de la ropa sucia, influencias climáticas, etc.
Semmelweis había observado que los médicos y estudiantes que atendían en la Sala 1, donde existía la más alta mortalidad, atendían a las parturientas luego de realizar las autopsias y los estudios de anatomía forense sin lavarse las manos y mucho menos, sin cambiarse sus ropas. Esta sospecha fue demostrada el momento en que fallece con un cuadro clínico muy parecido a la sepsis puerperal un profesor de Anatomía luego de haberse cortado su mano, de manera accidental, con un escalpelo en una sesión anatómica. La conclusión era muy obvia, los médicos y estudiantes de la Sala 1 transportaban en sus manos alguna contaminación cadavérica que transmitían a las parturientas en sus tactos vaginales. De inmediato, Semmelweis dispuso que los médicos y estudiantes, antes de atender a las parturientas debían de lavarse, de manera obligatoria, sus manos con una solución de cloruro cálcico, demostrándose al poco tiempo el gran impacto de esta simple medida en la reducción de la mortalidad materna a menos de un 2% y permaneciendo baja durante varios años.
A pesar del asombroso resultado que determinó la higiene de manos en la mortalidad materna del Hospital General de Viena, y que fue publicado en el año de 1861 en su obra: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal, Semmelweis fue expulsado del Hospital de Viena por sus superiores, quienes nunca aceptaron la contundente evidencia científica de su investigación e intervención porque, aparte de su egolatría, arrogancia y dogmatismo, ellos consideraban que las enfermedades se transmitían por la emanaciones fétidas que llevaba el aire. Sus colegas llegaron incluso a impedir o sabotear la técnica de higiene de manos instaurada por Semmelweis; dos décadas después las teorías microbiológicas de Pasteur, Koch y Lister confirmaron el gran valor científico del trabajo del médico húngaro.
Semmelweis retornó a Budapest donde vivió en medio de la soledad, la incomprensión y la demencia. En el año de 1865 acude al Instituto de Anatomía de la Universidad, donde luego de haberse provocado una herida con un escalpelo utilizado en una autopsia frente a los estudiantes de medicina, fallece al poco tiempo a la edad de 47 años, con una enfermedad similar a la sepsis puerperal, a la que tanto combatió en su heroica vida.
Algunos años después Luis Pasteur publicaría la hipótesis microbiana y Joseph Lister extendería la práctica quirúrgica higiénica al resto de especialidades médicas.
Luego de más de siglo y medio de los hallazgos de Semmelweis a quien debemos de considerar como "El Padre del Control de las Infecciones hospitalarias"; la higiene de manos es considerada la piedra angular en la prevención de las infecciones hospitalarias y hoy día, un medio seguro para evitar el contagio de la gripe que azota a nuestra sociedad.
Pero me valgo de esta historia para reflexionar un poco más con ustedes. La vida de Semmelweis es un claro ejemplo de los errores científicos basados en prejuicios y posiciones rígidas que no permiten un claro análisis crítico de los escenarios que van planteándose en la historia humana.
Pero también muestra el poder de las convicciones y cómo marcan la vida de las personas, el estar persuadido sobre conceptos de vida y conducta.
El Dr. Semmelweis estaba convencido de su teoría y por demostrarlo expuso su integridad física y sin esperarlo, su vida fue el sacrificio que dejó demostrada su teoría, confirmada después por Pasteur
Un precioso ejemplo de convicción y entrega lo tenemos en San Pablo, hombre elegido por Dios para difundir el evangelio por toda Asia y Europa. En un pasaje de su vida, se encuentra frente a un mensaje profético que le advierte que iba a pasar grandes penurias por llevar la Palabra de Dios a Jerusalén. Sus amigos relatan ese momento en la Biblia:
Libro de los Hechos de los Apóstoles cap. 21
Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.
Semejante ejemplo de entrega por un ideal, no podría inspirarse sino en su Divino Maestro, el Señor Jesucristo. En la última cena que participó con sus discípulos, el escrito bíblico relata:
Juan cap. 13.1: Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo (A través de la Cruz) para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.
¡Qué maravilloso relato!. El sabía lo que le iba a suceder en contadas horas. Sus amigos lo iban a abandonar; sus íntimos, lo traicionarían; el pueblo, la gente a quienes El ayudó , consoló y alimentó, lo iban a cambiar por un ladrón y los celosos religiosos, iban a recomendarlo a Pilato, como reo de muerte.
Sin embargo, conociendo todo su futuro, El estuvo dispuesto a seguir su camino, porque sabía que a través de su sacrificio, obtendría la paz con Dios y los hombres y la paz en sus corazones. Los amó hasta el fin, es decir, se entregó para que tengamos vida. El mismo dijo, años antes:
Yo soy el buen Pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas.
Ante la evidencia de su amor por cada uno de nosotros, tenemos que entregarle nuestro corazón, para que el sea el que lo transforme. Dejemos que El entre en nuestra vida y conozcamos más profundamente su amor, que le hizo venir a este mundo , convencido que su sacrificio, iba a acercarnos a Dios y hacernos sus hijos.
En Gálatas 2.20, Pablo dice:
El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Y luego en Hebreos 10.9
Somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre.
Fuente histórica: http://www.higienedemanos.org
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