El político, entusiasmado en su discurso al pequeño pueblo del interior, del que quería obtener sus votos, expresó: “Si ganamos, me comprometo a hacerles el puente”. Por lo bajo un asesor le acotó: “No tienen rio acá”, a lo que el candidato agregó con voz fuerte: “Y también le vamos a hacer el rio”.
¡Ah, los compromisos asumidos!, ¡qué materia aplazada en la cultura nacional…!
“Lo prometido es deuda” decía mi abuela, y su ética siempre fue admirable, si la comparo con la que hoy observo en mi país.
Compromiso, la palabra está formada por tres elementos: el prefijo com, el segundo prefijo pro, y el verbo mitto, míttere, misi, missum. De aquí formaron los latinos el verbo promíttere (prometer) y el verbo compromíttere, que tenía un significado bastante más riguroso que el actual.
Compromíttere era prometerse mutuamente, por lo cual si no era mutuo, no había compromiso. Los romanos inventaron este verbo para referirse en especial al compromiso de aceptar las dos partes en litigio el arbitraje de un tercero.
Compromissum era un convenio, es decir un acuerdo de ambas partes. Pero debieron ser muchos los compromisos que no se cumplían, porque la palabra se extendió en su uso para referirse a compromisos unilaterales en que sólo uno se comprometía. Incluso está vigente el valor de inconveniente “no me vayas a poner en un compromiso”, “esto es muy comprometedor”, “no me comprometas”…
Sin embargo, todavía sigue con toda su integridad semántica el compromiso matrimonial y los compromisos multilaterales de orden económico o político.
Pero todo género de compromisos y de promesas han perdido fuerza y prevalecen los significados más limitados e incluso los negativos. Ahora ya ni se estila como antes “estar comprometidos”, ni celebrar o admitir compromisos. Lo que se usa ahora es “relacionarse”
No son buenos tiempos para los compromisos, es decir, los auténticos. Quizás no lo hayan sido casi nunca, y sea más bien un pensamiento lejano la idea del tiempo en que la palabra dada estaba por encima de todo. Pero la decadencia de los compromisos, la imposibilidad de ponernos de acuerdo, nos lleva de nuevo a la fuerza bruta de las edades primitivas. Tanto en la vida privada como en la pública, la violencia es un signo evidente de que se han roto los compromisos en los que se había asentado el pacto de convivencia, y que garantizaba la paz, mientras se guardara el compromiso.
Entiendo que mis compromisos rotos, mi falta de atención en cumplir mi parte, engendran malestar a quienes incluí en mi pacto. La sociedad en cierto sentido, basa su malestar en que “el otro no cumplió su parte”. Ahí se incluye al gobernante, al político, al dirigente, al comerciante, al padre, al servidor público, al compañero de trabajo, al cónyuge.
Todo el mundo se siente defraudado por alguien que no cumplió su compromiso, aunque esa era la esperanza de la otra parte.
En mayor o menor medida, todos entramos en esa corriente impetuosa que nos arrastra, la informalidad, la falta de compromiso, la relajación de la responsabilidad, total, nadie cumple, decimos.
Tal vez querer frenar esta ola de desaprensión hacia el prójimo con la máxima: “y bueno…si nadie cumple”, resulte querer tapar el sol con la mano. Pero a mí me parece aleccionador si miro la persona de mi maestro excelente, Jesucristo. El vivió en una sociedad muy parecida a la nuestra en cuanto a informalidad, violencia y desprecio por el prójimo. Pero siempre premió, honró y remarcó al que cumplía sus promesas, al que se comprometía con él y al que se mantenía firme en la palabra dada, como un bien inapreciable. Desde tiempos antiguos, su libro divino, la Biblia, nos aconsejaba: Mejor es que no prometas y no que prometas y no cumplas.
Cuando llegó esa noche memorable, que cenó por última vez con sus discípulos, la Biblia relata dramáticamente:
Antes de la fiesta de la pascua, Jesús sabía que su hora había llegado para pasar de este mundo y volver al Padre. A los suyos que estaban en el mundo los había amado siempre, y los amó hasta el fin.
Esa frase “Los amó hasta el fin”, plantea que a pesar del sufrimiento y muerte que le esperaba, él cumplió su promesa de rescatarnos por su sacrificio en la cruz.
Hoy cumple también su promesa de salvar, dar esperanza y paz a todo aquel que cree en su nombre. Dios cumple sus promesas. Que esa sea una gran premisa para que confíes en él y también como conducta inspiradora para tu vida social
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