“Diciembre del 2015. Luego de estar unos años fuera del país, vuelvo para pasar las fiestas con mi familia. El taxista que me trae del aeropuerto me habla de una novela policial De Bioy Casares. Cansado, apenas escucho lo que me dice. Miro por la ventana. Las plazas están repletas de personas leyendo.
Puedo ver en los bares libros sobre todas las mesas, y se ven librerías abiertas por todos lados.
Al detenernos en un semáforo escucho a una señora que cruza la calle, llevando las bolsas del supermercado, que le dice a su amiga: 'No, no... en Cortázar la fuerza de la lectura es centrípeta, mientras que en Borges es una lectura centrífuga que te impulsa hacia un saber enciclopédico'.
Amy Carmichael
La primera historia que escuché de niño sobre personas que realizan misiones transculturales para enseñar de la Biblia y del Dios creador y Salvador, fue la de Amy Carmichael, que nació en Irlanda en 1867.
Su madre le enseñó que Dios siempre contesta nuestras oraciones, así que cuando Amy tenía sólo tres años, una noche antes de dormir, le pidió a Dios que cambiara el color de sus ojos de marrón a unos hermosos de color azul. Estaba tan segura de que Dios escucharía su oración, que la mañana siguiente saltó de la cama y corrió al espejo para admirar sus nuevos ojos azules. Pero para su sorpresa, sus ojos seguían marrones. Se encontró desanimada y desilusionada de las promesas de Dios.
Su madre le enseñó que Dios siempre contesta nuestras oraciones, así que cuando Amy tenía sólo tres años, una noche antes de dormir, le pidió a Dios que cambiara el color de sus ojos de marrón a unos hermosos de color azul. Estaba tan segura de que Dios escucharía su oración, que la mañana siguiente saltó de la cama y corrió al espejo para admirar sus nuevos ojos azules. Pero para su sorpresa, sus ojos seguían marrones. Se encontró desanimada y desilusionada de las promesas de Dios.
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